Maracana-1950

9 de octubre de 2006

Argentina & Uruguay


Las pasadas vacaciones visité Argentina y Uruguay, territorios futboleros a tope, que no me decepcionaron en absoluto. Pude ir a la Bombonera, el día que Boca jugó contra el Godoy Cruz de Mendoza, y que sirvió para celebrar la victoria frente al Sao Paulo en la final de la Recopa sudamericana. Además, era el primer partido sin el Coco Basile como entrenador, ya que se va a la selección nuevamente, y acudió a despedirse de la afición. Todo ello hizo que el ambiente fuera impresionante. No soy un asiduo de los campos de primera división, el fútbol sale caro y se ve muy bien en la tele, pero desde luego lo que puede apreciar allí fue incomparable, no había visto nada parecido en Europa, ni siquiera en Anfield Road, donde tuve la oportunidad hace varios años de ver un Liverpool – Barcelona. No me caben dudas, allí, en ese campo, el fútbol se vive con una pasión inusitada.

Pero lo más emocionante para mí ocurrió en Montevideo, donde hicimos una visita el mítico estadio Centenario, donde se jugó la primera final de un mundial, en 1930, y donde por apenas un euro y medio pude visitar el campo, ver el museo que tienen acerca de la historia del fútbol uruguayo, incluso vimos un vídeo de aquella primera final en la que vencieron a Argentina por cuatro a dos, y subir en ascensor a la llamada Torre del Homenaje, desde donde hay una panorámica preciosa de la ciudad. El museo era historia pura, los años gloriosos de la celeste, estaba llenos de fotografías de la época, de recortes de periódicos contando las epopeyas que una tras otra iba realizando el equipo de ese pequeño país. Allí aparecía por todos lados Obdulio Varela, el gran capitán de 1950, con quien Uruguay no conoció la derrota en su intervención mundialista (la primera vez que perdieron un partido fue en la prórroga de la semifinal de 1954, ante Hungría por cuatro a dos también, y Obdulio estaba lesionado), el hombre que el día del maracanazo, tras el gol de Brasil y ante el delirio de la afición, fue despacio a por el balón, y con su parsimonia y su mirada desafiante comenzó a convertir aquella fiesta en una tragedia. También estaban Schiaffino, Ghiggia, los autores de los dos goles que remontaron ese partido, el día que David se comió a Goliat sobre un terreno de juego. Y tantos otros.

Y multitud de trofeos ganados con clase y raza. Cabe recordar que Uruguay fue dos veces campeona olímpica en los años veinte, y que por ejemplo se hizo con seis de las diez primeras ediciones de la Copa de América. Creo que aún no le ha superado Argentina en triunfos, pienso que ambas contabilizan catorce entorchados.

Todo ello es una historia inimaginable para un país que ahora tiene poco más de tres millones de habitantes, y que es la tercera parte de España, pero el presente es más complicado. La liga uruguaya no tiene casi nivel, y cualquier jugador que despunta va corriendo a Europa. Australia la dejó sin ir al mundial, y pude comprobar hablando allí con los montevideanos, gente amabilísima, que de alguna manera se había perdido la identificación entre público y selección. Nos daban a entender que, en un partido importante, los jugadores ya miraban más por ellos que por el país, y que preferían meter ellos un gol, si ello les suponía un buen contrato en Europa, que cedérselo a un compañero. Es una pena.

Todo el mundo, en ambos países, nos preguntaba de qué equipo éramos. No conciben no ser de ninguno. Y por la noche, en los hoteles, cuando llegábamos, bastante cansados, siempre ponía la televisión para ver un poco de algún partido que seguro emitían por alguna cadena. En un pueblo al norte de Argentina, llamado Cafayate, donde hay multitud de bodegas nos dieron una charla de las diversas fases por las que pasaba la elaboración del vino. Pues bien, el chaval que hablaba, de repente, se cayó, pareció pensar y nos preguntó. ¿De qué equipo son ustedes?.