Maracana-1950

11 de abril de 2008

El equipo del barrio



Anoche, mientras veía con enorme emoción el partido entre Getafe y Bayern de Munich, no pude evitar pensar de nuevo en el maracanazo. La mayor hazaña futbolística que se recuerda, y de la que tantas veces he tratado de documentarme, por todos los medios posibles: leyendo todo lo que caía en mis manos, buscando los goles de la remontada en la red, viajando al mismísimo Montevideo para preguntarle a los propios uruguayos cómo recuerdan todo aquello…

Ayer la historia no acabó igual, porque el pez grande se llevó finalmente el gato al agua, pero lo que hizo el Getafe no se podrá difuminar del todo de la memoria de los buenos aficionados al fútbol, por mucho tiempo que pase. Fue tal la agonía, tan larga y angustiosa, tan espectacular la casta que desplegaron, y sobre todo, tan dramático, y cruel, el desenlace.

Esta mañana, comentando las vicisitudes del partido, me he encontrado con frases que me han llamado la atención, de algunos de mis compañeros. Uno decía que nunca había visto un partido con una agonía tan larga, que durara los 120 minutos, y que cuando todo acabó, por un momento se le vino a la cabeza si aquello no había podido ser un montaje, porque le parecía irreal. Yo tuve esas mismas sensaciones. Otro recordaba cómo Alemania le había remontado ya, a Francia, un 3-1 en la segunda parte de la prórroga de la semifinal de la Copa del Mundo de España, para luego clasificarse en los penaltis. Incluso he podido ver cómo se le saltaban las lágrimas al compañero que se sienta delante de mí, un getafense que había sufrido la noche anterior lo que no está escrito.

Pero la mejor frase sobre el partido se la he leído a mi poco admirado Relaño, que cuando no trata de manipular con su madridismo enfermizo dice cosas interesantes. Hoy, en su columna diaria, afirma que al Bayern nunca hay que darle esperanzas porque se sienten imbatibles, y más si el rival es español. Así me parece a mí también. El fallo del Pato, que en Argentina tenía sus detractores, es inconcebible para un portero de su categoría. No se trata tampoco de condenarle, pero en ese minuto 114 los alemanes no tenían fe alguna ya en sus posibilidades, y me atrevería a decir que el final de la prórroga hubiese sido de lo más tranquilo sin ese fatídico tanto. Luego vino la suerte alemana, la típica de siempre, que va adosada a italianos y teutones a partes iguales. Tienen la última ocasión, la cuelgan al área y no se sabe cómo pero la pelota acaba dentro. El equipo modesto muere de la peor manera.

No queda otra, sin embargo, que felicitar a los que han conseguido que todo el país vea a partir de ahora al Getafe con otros ojos, los de la admiración: por un lado la plantilla, muy compensada, de la que quiero destacar a Cortés, Licht, Celestini y Tena, aunque el resto son igualmente formidables. Se trata de un plantel amplio, con dos jugadores por posición, que no desentonan para nada en ningún caso. Por otro lado, Laudrup, un caballero de los campos de fútbol, que además demuestra conocer este juego al dedillo. Creo ver en él que su serenidad va unida a una extraordinaria inteligencia. Y el gran artífice, Ángel Torres, cuya mejor virtud es saber rodearse de gente competente. Durante la retransmisión (un poco floja, otra vez, de Antena 3, en la que el que menos habla, Matías, da mil vueltas a los otros) no me pareció muy natural la actitud de Torres, quedándose sentado, con los brazos cruzados e inmóvil en los momentos en los que su equipo nos hacía a todos levantarnos de nuestro asiento, ya que lo vi algo exagerado e innecesario, pero al escucharle hoy, con la voz entrecortada, hablando de sus jugadores, ese pequeño lunar ha quedado difuminado.

No hubo, pues, maracanazo en la noche de ayer. Hubo sueños rotos, hubo emoción y mucha, infinita, tristeza. Pero sobre todo, hubo una gesta, que perdurará para siempre. La de un equipo del barrio, que es desde ayer un equipo grande.