Messi

A todos los que, con la mejor intención, están ya proclamando a Messi como un astro casi sin precedentes, un nuevo Maradona (el propio Diego no duda en afirmarlo, pero es más creíble dentro del campo que fuera), les diría que mantuvieran la calma, el partido del domingo frente al Real Madrid es prácticamente el primero en el que ha brillado esta temporada, y quizá también el primero en el que da un puñetazo en la mesa tras la exhibición en Stamford Bridge del año pasado.

Es sin duda un jugador diferente al resto, que crea unas sensaciones muy particulares, por la rapidez endiablada y por la manera de llevar la pelota, tiene una verticalidad asombrosa y acaba de demostrar que también posee gol. Con esos credenciales no tiene límites, sobre todo porque gente así no sobra, pero también hace falta suerte. No la tuvo la temporada pasada, cuando los isquiotibiales le hicieron ausentarse en el último tramo, y no pudo ayudar al equipo cuando éste se jugaba los títulos. Tampoco le sobró fortuna en el pasado mundial, cuando Pekerman quiso marcarle los tiempos, y le hizo pasar tantos minutos en el banquillo, en lugar de dejarle que se comiera el mundo. Bien que lo pagó el entrenador argentino, reculando contra Alemania cuando menos tenía que hacerlo. Y este año, que se suponía que de alguna manera sería la confirmación, las dichosas lesiones le han vuelto a apartar en un tramo considerable.

Así pues, a Lionel le queda mucho por demostrar, sería una pena que se quedara en un jugador de destellos, que hace un par de partidos excelentes al año y el resto del tiempo desaparece. Sobre todo porque su fútbol, al menos a mí, me resulta muy atractivo. Y como persona, parece tranquilo y tímido, las entrevistas no deben de entusiasmarle. Es el típico jugador que tiene toda la pinta de ser sólo feliz cuanto tiene la pelota en los pies.